domingo, 15 de mayo de 2016

¿Un gato sin sonrisa o una sonrisa sin gato?

"—¡Vaya! —se dijo Alicia—. He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa sin gato! ¡Es la cosa más rara que he visto en toda mi vida!". De Alice in Wonderland de Lewis Carroll, refiriéndose al gato de Cheshire.

Y a continuación varias instantáneas con diferentes expresiones de mi gato Tuso:












lunes, 2 de mayo de 2016

"Exterior del gato", de Carlos Barral





Lesley Anne Ivory

Exterior del gato

Ser el gato,
hacer un esfuerzo y ser el gato
transitorio del alba y en la cumbre
del mundo transitado, y presumible.
Ser por fuera del gato todo el gato posible
después del atigrado resplandor de la noche
última y la pasmada contracción felina.
Comenzar en el zinc al borde de las uñas,
en el cielo que escurre el canalón vacío
y en la flor espectral que crece entre las rejas.
El gato que despierta paso a paso las viejas
miserables espaldas de fábrica baldada
y el aire algodonoso de las ramas al suelo
y la tierra afeitada del muro hasta el camino
y hasta el bidón sonoro que su peso estremece.
Ser gato por fuera y tan cabal. Parece
que el mundo quepa dentro de esta pausa ondulada
precisa como un astro, que te llama
y a quien no negarás el pararte desnuda
donde nadie hubiera imaginado
aurora sobre el muro desconchado,
alba rosada sobre el gris de un gato,
con las puntas nocturnas de los pechos
apuntando a esos hombres cavilosos
que llegan tan despacio, pisando en las afueras.

Carlos Barral

miércoles, 6 de enero de 2016

"Ven, bello gato, a mi amoroso pecho..."


"Chica con gato" de Ivan Kramskoy (artista ruso, 1837-1887)

Ahora que no me encuentro bien de salud y paso mucho tiempo postrada en el sofá junto a mi gato Tuso, me siento identificada con el cuadro de este pintor ruso. Me gusta la languidez de la mujer y lo a gusto y confiado que está el gato entre los brazos de su humana...


El gato (Charles Baudelaire)

Ven, bello gato, a mi amoroso pecho;
Retén las uñas de tu pata,
Y deja que me hunda en tus ojos hermosos
Mezcla de ágata y metal.

Mientras mis dedos peinan suavemente
Tu cabeza y tu lomo elástico,
Mientras mi mano de placer se embriaga
Al palpar tu cuerpo eléctrico,

A mi señora creo ver. Su mirada
Como la tuya, amable bestia,
Profunda y fría, hiere cual dardo,

Y, de los pies a la cabeza,
Un sutil aire, un peligroso aroma,
Bogan en torno a su tostado cuerpo.

viernes, 6 de marzo de 2015

Niña que sube a una silla para alcanzar a un gatito


Lorenz Frølich (Danish, 1820–1908) Child Climbing a Chair to Reach for a Kitten, 1835–1903. The Metropolitan Museum of Art, New York


Era una mocosa de unos cinco años cuando me puse a investigar por el pajar de la casa de mis padres, allá en La Mancha. Había una serie de recovecos que las gallinas utilizaban para depositar sus huevos. Entonces descubrí que en algunos huecos no había polluelos ni aves con plumas, sino unos seres peludos con ojos que brillaban en la oscuridad. Así comenzó mi historia de amor con los felinos. 

Pronto aprendí a domesticar a tan ariscos animales. Bajo las caricias de mis manos, su piel se volvía suave y sonaba un sonido embriagador y único: el ronroneo. Creo que por primera vez mi corazón supo lo que es latir deprisa y aumentar de tamaño. 

El paso siguiente fue introducir a tan misteriosas y deliciosas criaturas en el hogar. No recuerdo qué dijeron mis padres. Con seguridad mi padre se opuso y mi madre me apoyó. Pero una fuerza de la naturaleza como la de esos mininos en mis manos no podía ser vencida por ninguna norma paterna ni materna. Los gatitos anidaron en mi casa, en mis sillas, en mi cama... Los gatos han seguido anidando en mi vida desde entonces. Lo único estable y fiel y fiable y seguro y que puede llenarme el corazón y acompañarme en las noches solitarias...

Por eso me siento identificada con esa niña que sube a una silla para alcanzar a un gatito. Un gato que a veces viene a mis brazos y a veces no. Pero lo hace sin malicia. Sin dobles intenciones. Sin hipocresía. Como solo sabe hacerlo un gato. Cuando le da la real gana. Y yo sé que venga o no, me es fiel y me quiere y no me abandonará nunca... Como dijo aquel: cuanto más conozco a la humanidad, más amo a mi gato...


martes, 6 de enero de 2015

"Un gato es un caballero de la realeza..."

Como hay luna llena, lo más adecuado es dedicar una entrada a un gato acompañado del satélite en todo su esplendor...

Sin título conocido

"Un gato es un caballero de la realeza: de elegante pose, de exquisitas maneras, de una vestimenta impecable y entusiasmo por la lucha cuerpo a cuerpo, con aventuras amorosas sonadas, duelos a la luz de la luna y cantando de alegría. Espera una atención impecable de su servicio doméstico y tiene una gama de improperios que podría hacer palidecer a un peón caminero." Pam Brown

viernes, 3 de octubre de 2014

"Gato Negro" de Emma Posada

Gato negro

Alma de duende en cuerpo de sombra. Enjoyada la cabeza,
el espinazo interrogante, el paso de seda.
Las campanas desbordan sus doce vinos. Luna en los
tejados. Brisa en las ramas deshojantes. La pedrería
de los ojos del gato se abrillanta. Espera...
La bruja de la escoba, andrajosa y hambrienta no ha
de venir ahora; se durmió de cansancio en el campana-
rio del pueblo.
La desesperación en el lomo del gato forma un arco
y lanza la flecha de un maullido. Un signo lúgubre
se alarga en el silencio.
Gato negro, embriagado de luna. Gato negro, bohemio
de los tejados; eco del infierno, silueta de un pe-
cado. Gato negro: seda, sombra y pedrería.

Emma Posada



"Luna" Geoffrey Tristram

martes, 6 de mayo de 2014

"Del hilo, al ovillo" de Alfonso Reyes


Charles Wysocki  (*)


Del hilo, al ovillo


Tenía razones para dudar. Volvió a casa
inesperadamente. La casa estaba desierta.

En el vestíbulo, una madeja de lana, abandonada,

yacía en el suelo; era la lana con que su mujer
estaba tejiendo no sé qué, por matar el tiempo…
o por tener pretexto de andar siempre con los ojos
bajos. Bien lo comprendía él.

—Todo está muy claro —se dijo—. En la lucha, 
o lo
que sea, la labor ha caído al suelo.

Pero la madeja se desenrollaba hacia el pasillo en un 

infinito hilo de lana azul.

—Sigamos el hilo —pensó—. Por el hilo se saca

 el ovillo.

Y, saltándole el corazón, empuñó el revólver.

El hilo azul corría por el pasillo, entraba en el 

comedor, salía después por la otra puerta…

Y él lo seguía de puntillas, anhelante, guiado en 

aquel laberinto de dudas y pasiones por el hilo azul.
En su conciencia había una sombra impenetrable, 
cortada por un hilo azul infinito.

El hilo seguía su camino misterioso. En el otro 

extremo del hilo —pensaba él— está la ignominia. 
¿Tal vez el crimen? Y tenía miedo de sí mismo.

El hilo atravesaba un salón y, ya agitado por 

evidentes palpitaciones, se escurría por debajo de la 
puerta del fondo.

Y vaciló ante aquella puerta: ¿sería mejor desandar 

el camino y llevarse a la calle, como robado y a hurto, 
el secreto de su felicidad? ¿Sería mejor ignorarlo 
todo? El hilo, fiel, le ofrecía el camino de la fuga.

Al fin, haciendo un esfuerzo de serenidad, seguro de 

que el revólver no se dispararía solo en su mano 
crispada, abrió la puerta…

Hecho una bailarina rusa, en un verdadero océano de 

lana azul, sobre el tapiz de la alcoba, luchando con 
manos y patas, el gato —un precioso gato blanco, 
verdadera nube de candor— se revolcaba, gozoso.

Junto al gato, en el sillón habitual, sin una sonrisa, 

inmóvil, ella —siempre enigmática— lo contemplaba 
sin verlo.

Alfonso Reyes

 
* Imagen tomada del blog "Vintage, el glamour de antaño", de Nena Kosta. Muchas gracias, Nena.